7.6.09

zapatos de hombre

“No creo sentirme tan sola con este sentimiento de odio incondicional hacia la profesión de portero o encargado de propiedad horizontal. Puedo empezar hablando del servilismo desmedido y falso que adoptan algunos de ellos con los habitantes de los edificios que raya en lo asqueroso. Se sienten superiores porque poseen un pequeño espacio de poder al que uno nunca tendrá acceso. Se creen dueños del edificio. Ni se te ocurra molestarlos a la hora de la siesta porque no responden el timbre.

Por suerte nunca viví en casa con portero, pero cuando vivía sola, el de al lado, se encargaba entre otras cosas de sacar la basura a la noche o solucionar algo. Odiaba que me sonriera cuando llegaba con algún novio a la hora en que él regaba la vereda. Y digo que la regaba porque es lo que veo que hacen varios de ellos todos los días. Derrochan hectolitros de agua potable por no usar la escoba. ¿No es acaso una actitud deplorable hacia la humanidad? En este punto tendríamos que ponernos de acuerdo todos los seres humanos, ya va siendo hora.

Son una lacra, pero hay que tratarlos bien porque sino te mandan a los chorros, te esconden la correspondencia o te hacen un juicio por maltrato.Cuando me mudé a mi casa nueva cada dos semanas aproximadamente me quedaba sin teléfono. La caja estaba colgada de un árbol porque habían tirado abajo un edificio en cuya pared estaba instalada, entonces no tuvieron mejor idea que dejarla colgando de un árbol. Cada vez que me quedaba sin tono salía a la calle y la bendita caja estaba tirada al lado del cordón, iba y la volvía a colgar del árbol. Millones de llamadas a la empresa telefónica no daban resultado. Una vez finalmente lo vi. Era el portero del edificio al que pertenecía el árbol, él era quién la tiraba en la alcantarilla, argumentó que los propietarios le decían que eso parecía una villa, lo re putié, solo dijo que no le faltara el respeto. Finalmente un día feriado, nadie en la calle, hacha en mano salí, corté el cable que tenía y la tiré a la basura. Al día siguiente estaba la cuadrilla de la empresa de teléfonos instalando una bella caja nueva como dios manda sobre el nuevo edificio. No estoy segura si fue este el hecho que profundizó mi odio o ver tal vez que a los diez días de ocurrido, volviendo de la escuela con mi hija y una compañera, esta le diera un abrazo al portero maldito que había tirado la caja a la alcantarilla al tiempo que lo llamaba tío.Todos se conocen del club de encargados, hacen asados los domingos y bailes los sábados a la noche, tienen guita, no pagan ni un impuesto, casa y servicios gratis, se los pagan todo los que habitan sus consorcios. Pueden ahorrar, solo gastan en comidas. Sus sueldos aumentan cada tres meses porque el sindicato siempre transa con el gobierno de turno. Las escuelas públicas están repletas de sus hijos y jamás aportan a la cooperadora.Ellos solo planean cómo cagarnos eficazmente la vida.”


Releía el texto antes de que empezara la clase de taller de narrativa y vi sentados a mi lado los zapatos perfectos, clásicos acordonados con punta redondita. Pensé que seguro me atraería ese hombre que los llevaba. Arriba de los zapatos seguía un pantalón gris de franela, pulóver negro sobre camisa blanca. Atuendo formal.

El hombre de los zapatos parecía estar cerca de los cuarenta, medio pelado, con sonrisa interesante. Atractivo. Me gustó.

Me sorprendo muchas veces mirando vidrieras de calzado masculino. No tengo a nadie para comprarle ni para sugerirle, pero me gusta imaginar al hombre que hay dentro de cada zapato. Fantaseo con encontrar al que use mi preferido y acá estaba.

No me importan los precios, porque no voy a comprarlos, así que lo mismo da si es el más caro o el más berreta. Paso un tiempo considerable mirando la vidriera.

Muchas veces he desechado hombres por ver que usan zapatos náuticos, no hay un zapato que odie más que ese, considero que el hombre que los calza es pretencioso y alguien así seguro sea mediopelo.

A algunos no llegás nunca a verle los zapatos, porque directamente no te importan, él se lleva todas tus miradas. Pero si nos ponemos a evaluar a alguien es una de las cosas que primero miro.

Cada zapato lleva a un determinado hombre, y así como se pregunta muchas veces:

– ¿de qué signo sos?

Yo miro los pies.

Hay un calzado que podría llamarse deportivo, algo así como una mezcla de zapatilla y botita que si te vas a la montaña está buenísimo, pero los que van por la ciudad con eso parecen los que manejan una cuatro por cuatro en el microcentro.

No podés ir al cine con ojotas por ejemplo.

Las zapatillas, son un item importante porque solo los menores de treinta pueden usarlas para todo. A pesar de mi teoría hay muchos hombres que no se las sacan ni en la playa. Los mayores de esa edad siempre se hacen los pendejos con zapatillas y a mayor tamaño peor. Claro que hay modelos y modelos, no da lo mismo cualquiera, a mi me gustan las más sencillas, y repito que a algunos cualquier cosa les queda bien.

Los mejores hombres están arriba de los zapatos clásicos acordonados, punta redonda. Esos hombres me gustan, calzado de suela, nunca de goma. Si es goma que sea finita. No hay nada peor que los zapatos moldeados por el peso del que los lleva, con la marca del dueño en la forma y eso sucede cuando la suela es de goma gruesa. Imagino a los hombres que me gustan lustrando sus zapatos y solo esa imagen me calienta. Pienso que solo el hecho de tener que atarlos con esos cordones finos le impone al personaje una tarea en la que me gustaría verlo, prestando atención a su atuendo.

La mayoría que usa zapatos de punta cuadrada son los llamados metrosexuales, de terror, se liman las uñas, usan más cremas que yo y además de ir al gimnasio todos los días toman cama solar. Jamás podría fijarme ni por un minuto en alguien así.

Tenemos los mocasines que a mi me remiten a facho. Será que durante mi secundaria, pleno proceso militar mis amigas salían con los chicos del liceo, siempre de mocasines y pelo rapado. Un espanto, así que ni hablar.

No hubo tiempo para leer mi texto esa clase, pero él sí leyó, y me gustó también lo que escribía. El hombre de los zapatos perfectos. Llevaba su trabajo impreso siempre muy prolijo. Bastante callado, nunca me habló, pero parecía gustarle lo que yo escribía también.

Coincidimos en llegar temprano la clase siguiente y compartimos un café. Hablamos un poco de lo que estábamos escribiendo cada uno. Me cuenta que escribe un cuento de terror, le digo que a mi no me salen y que estoy escribiendo sobre los encargados de edificios y mientras estoy sacando las hojas para mostrarle algo de mi trabajo dice:

– preguntame lo que quieras saber sobre los encargados, yo trabajo de eso.